Wednesday, May 25, 2016

Guillotina a la concertada: De ahí su empeño en destruir la única institución que puede desafinarle el concierto: la Iglesia.

Allí donde la izquierda no puede meter cuchara, coloca una guillotina. No puede haber discrepancia. No puede haber disidencia.
Antonio Velázquez -  24/05/2016
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El proyecto totalitario que la izquierda trae bajo el brazo sólo puede triunfar por imposición. El gran reto es que no lo parezca. No puede faltar la música de violines en la sala donde el ciudadano, amordazado e inmovilizado, los párpados bien abiertos, es sometido a un tratamiento Ludovico a base de vaselina y cháchara de dogma facilón. Kubrick no habría imaginado una distopía más efectista.

Luego, el bisturí hace el trabajo sucio: lobotomías a precio de saldo, con el aplauso de una derecha desnortada (¿derecha?) para ir segando tradiciones, creencias, fundamentos, símbolos, pulsiones espirituales y cualquier indicio de individualismo creativo que chisporrotee en la corteza cerebral como una bengala entre las nieblas de la pura materia. Antes de matarnos de aburrimiento, antes de hacer de nosotros unos adictos a su vodka de patata casero, la izquierda (la nueva y la vieja, las dos juntas) necesita garantías de que su reino durará eternamente.De ahí su empeño en destruir la única institución que puede desafinarle el concierto: la Iglesia.

Los ataques a la Iglesia, ni son casuales, ni son producto de la nostalgia pirómana de los años 30. Son la consecuencia lógica del totalitarismo, que no concibe instancia de pensamiento o crítica superior al Estado. Como Enrique II, esta izquierda debe asesinar a su Thomas Becket para reinar de manera absoluta.

Las amenazas están sobre la mesa: criminalización de los obispos cuando hablan de cuestiones que colisionan con la agenda feminista radical o de los grupos LGTB, intentos de silenciar su libertad de expresión, cuestionamiento de la autoridad de la iglesia para opinar de asuntos que afectan a la dimensión espiritual del hombre y a la sociedad en su conjunto; acciones para expropiar sus propiedades, limitar sus prerrogativas, asfixiar sus finanzas; asaltar capillas, promover procesiones blasfemas, exposiciones y exhibiciones injuriosas contra los creyentes, y muchas otras ocurrencias salidas del brainstorming de sus neochecas.
En una palabra, prefieren quedarse tuertos con tal de ver ciega a la Iglesia
La campaña laicista para retirar a la Iglesia de la casilla de la declaración de la renta es sintomática del odio ciego con el que operan las franquicias de la izquierda: con esta medida, no sólo la perjudican a ella, sino a sí mismos, puesto que tendrían que retirar también la opción que propone destinar el 0’7% del IRPF a la realización de programas sociales que desarrollan las ONG, muchas de las cuales son afines a sus postulados. En una palabra, prefieren quedarse tuertos con tal de ver ciega a la Iglesia.

La ridiculización del hecho religioso, de los ministros de la Iglesia, de los valores que representa y de las personas que desean vivir en coherencia con una fe profunda y honesta, es otra de las facetas de esta guerra declarada contra la libertad religiosa, el último bastión que resiste el totalen krieg de la izquierda.

Una víctima colateral de esta ofensiva es la educación concertada, que por su ideario mayoritariamente católico está siendo atacada con fuerza en la Comunidad Valenciana, en un ensayo de lo que está por venir en el resto de España si el 26-J las urnas proclaman vencedoras a las fuerzas de izquierda.

Tras una campaña propagandística para desacreditarla en beneficio de la pública (el primer paso para la agresión es siempre aislar a la víctima) que ha consistido en subrayar su elitismo, difundir sus supuestas irregularidades y extender la idea de que lo que hay detrás de esta escuela es puro negocio, comenzaron los pasos para desmantelarla en un futuro próximo por asfixia.
Tampoco les valdrá el argumento de que miles de ciudadanos han salido a las calles para denunciar el atropello de la administración


Así, la eliminación del distrito único, que garantizaba a los padres la posibilidad de elegir el colegio de sus hijos; la creación de líneas experimentales gratuitas de escolarización para niños de 0 a 2 años sólo en colegios públicos, excluyendo a los concertados; cambios en el período de matriculación; recortes en las aulas. Todas estas medidas están encaminadas a acabar con la enseñanza concertada y los valores que transmite.

La libertad de enseñanza es un derecho recogido en el artículo 27 de la Constitución Española, pero este hecho significativo parece no importar a los que gobiernan con las miras puestas en la tierra prometida del pensamiento uniforme. Tampoco les valdrá, parece que lo estoy viendo, el argumento de los miles y miles de ciudadanos que han salido este fin de semana a las calles de la Comunidad Valenciana para denunciar el atropello de la administración bipartita.

Allí donde la izquierda no puede meter cuchara, coloca una guillotina. No puede haber discrepancia. No puede haber disidencia. Y como la conciencia es un ámbito difícil de manejar, mejor amputarla que dejarla corretear en libertad.

La escuela pública es un lugar accesible a sus imposiciones. No hay ni habrá docente que pueda resistir una inspección si, en conciencia, decide oponerse a administrar doctrina. Ni temario que no pueda ser modelado a su antojo. Por no haber, no habrá ni padres que puedan negarse a ver violado su espacio tutelar, pues el Estado será el garante de la educación de la tribu.La tribu… Anna Gabriel expresó la semana pasada su idea tribal de la maternidad, y quizás sea esto lo que pretende la izquierda en última instancia. Que nos convirtamos todos en buenos y obedientes salvajes rousseaunianos al servicio de su ideología perroflaútica. No me cabe duda de que, cuando consigan llevarnos de vuelta a las cuevas, se matarán entre ellos por pillar el báculo del chamán.

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